La Ciudad Flotante
Relato inspirado por la fotografía.
El reflejo tembloroso de la ciudad se deslizaba por la superficie del río, como un sueño a medio recordar. Ana se detuvo en el puente, mirando cómo las líneas rectas de los edificios se convertían en ondulantes pinceladas de color bajo el suave vaivén del agua. Allí, en ese reflejo distorsionado, la ciudad parecía menos rígida, más viva.
Siempre había sentido una conexión especial con el agua. Para ella, era un portal a otra dimensión, un espejo que mostraba no solo lo visible, sino también lo invisible: los deseos y miedos de quienes vivían en la ciudad. Cada ola, cada pequeño chapoteo, transformaba la escena en una nueva obra de arte, efímera y única.
En ese momento, Ana pensó en las historias escondidas detrás de cada ventana reflejada, las vidas entrelazadas que, como el agua, fluían y cambiaban con el tiempo. Sintió que estaba mirando el alma de la ciudad, una entidad viva que respiraba y soñaba con sus habitantes.
Sacó su cuaderno y comenzó a dibujar. No se trataba de capturar la perfección de los edificios, sino la esencia de la transformación. Cada trazo de su lápiz seguía el movimiento del agua, creando una imagen que vibraba con la energía del momento. Mientras dibujaba, se dio cuenta de que, al igual que el reflejo, su propia vida estaba en constante cambio, un reflejo de experiencias y emociones que se entrelazaban en un flujo interminable.
Al terminar, Ana miró su obra y sonrió. Sabía que, aunque el reflejo cambiara con cada instante, había capturado algo eterno: la danza entre lo tangible y lo etéreo, la ciudad y su reflejo, la vida y el arte, unidos en una armonía líquida y vibrante.