El Árbol de Sombras
Un relato inspirado por la fotografía
En una tarde nublada, Sofía caminaba por las calles vacías, sumida en sus pensamientos. El aire fresco y la ligera llovizna creaban una atmósfera de introspección. Fue entonces cuando un destello de color en el pavimento llamó su atención. Allí, en un charco solitario, se reflejaba la imponente figura de un árbol. Pero Sofía sabía que no era un árbol ordinario; era una escultura que, gracias al agua, adquiría una vida propia.
Sofía se detuvo, fascinada por la visión. En el reflejo, la escultura parecía cobrar vida, sus formas metálicas transformándose en ramas y hojas que susurraban secretos al viento. Parecía un guardián silencioso, testigo de innumerables historias que la ciudad había olvidado. Cerró los ojos por un momento, permitiendo que el murmullo del agua y la presencia de la escultura la envolvieran.
Cuando los abrió de nuevo, el reflejo había cambiado ligeramente, las ondas en el agua distorsionando la imagen. Pero aún así, la escultura permanecía, su sombra líquida recordándole que incluso en los lugares más grises y duros, la imaginación encontraba una manera de manifestarse.
Sofía pensó en todas las veces que había pasado por esa calle sin prestar atención, sin darse cuenta de los pequeños milagros que ocurrían a su alrededor. La escultura, con su reflejo efímero, le enseñaba a ver más allá de lo evidente, a encontrar belleza en lo transitorio y en la ilusión.
Con una sonrisa en los labios, Sofía continuó su camino, llevando consigo la lección del árbol de sombras. Sabía que la próxima vez que lloviera, buscaría ese charco, deseando ver de nuevo el reflejo de la escultura y recordar que, aunque todo cambie, la esencia de lo que realmente importa siempre encuentra una manera de perdurar, incluso si es solo a través de una ilusión momentánea.