Fotografía antigua sobre un álbum abierto con figura solitaria frente al mar

La paradoja del tiempo en la imagen fija

La fotografía posee una cualidad en apariencia contradictoria: es capaz de capturar un instante efímero y, al mismo tiempo, de proyectarlo hacia la eternidad. Esta paradoja —detener el tiempo sin abolirlo— sitúa a la imagen fotográfica en un territorio ambiguo, entre la presencia y la ausencia, entre lo que fue y lo que queda. Este artículo se adentra en esa complejidad, explorando cómo la fotografía no solo documenta el tiempo, sino que lo transforma en experiencia estética, en memoria encarnada.

La captura del instante: técnica y trascendencia

Hablar de tiempo en fotografía remite inevitablemente al famoso «momento decisivo» de Henri Cartier-Bresson. Esa fracción de segundo que condensa forma, emoción y sentido. Pero más allá de la maestría técnica, lo que convierte ese instante en algo trascendente es su resonancia posterior. El instante capturado no es solo lo que fue, sino lo que sigue siendo. Cada fotografía guarda una tensión latente: la del tiempo que se ha ido y la del tiempo que nos interpela.

El obturador actúa como un umbral. Al cerrarse, delimita el antes y el después, sella un fragmento de realidad que, sin embargo, ya comienza a desvanecerse. Y es en esa frontera donde la imagen adquiere su espesor simbólico: no por lo que muestra literalmente, sino por lo que evoca, lo que sugiere, lo que convoca en la mirada del espectador.

Fotografía como arquitectura de la memoria

Toda imagen fija es una forma de memoria. No solo por lo que documenta, sino por cómo organiza lo recordado. La fotografía selecciona, encuadra, decide. Así construye una arquitectura visual del pasado. Pero no se trata de una memoria objetiva, sino íntima, cargada de afecto, de subjetividad, de pequeñas distorsiones emocionales.

Al mirar una vieja fotografía no solo vemos una escena. Nos vemos a nosotros mismos mirándola. Y ese juego especular activa un tipo de rememoración que es tan visual como afectiva. La imagen se convierte en un espejo de la emoción. Su poder no radica únicamente en lo que muestra, sino en lo que hace sentir.

En este sentido, la fotografía no guarda el pasado: lo reactiva. Lo revive. Lo transforma en presente emocional. En tiempo revivido.

Tiempo vivido, tiempo recordado: lo subjetivo en la imagen fotográfica

No hay tiempo neutro en una fotografía. Cada imagen encierra una temporalidad afectiva, una forma de vivir el tiempo que no es lineal, sino emocional. La fotografía altera el tiempo. Lo fragmenta, lo concentra, lo suspende. Es un dispositivo subjetivo que transforma el flujo cronológico en experiencia estética.

Esta subjetividad se intensifica cuando la imagen es personal: una fotografía de infancia, de un ser querido, de un momento irrepetible. Entonces, el tiempo se pliega. La imagen nos devuelve una versión sensible del pasado, más cercana al recuerdo que al documento. Y en ese pliegue se abre un espacio para la contemplación, para el duelo, para la nostalgia.

Lo que el tiempo deja fuera: ausencia, olvido y silencios visuales

Pero si la fotografía guarda memoria, también señala el olvido. Todo encuadre es exclusión. Cada imagen es una elección que deja fuera un universo de posibilidades. Y en esa ausencia se inscribe también una poética del tiempo: lo que no vemos, lo que no se recuerda, lo que se ha perdido.

Las fotografías, en su aparente transparencia, están llenas de silencios. Hay tiempos no dichos, gestos no captados, voces que se apagaron antes de quedar registradas. Y sin embargo, esos vacíos no restan sentido a la imagen. Al contrario, lo multiplican. La fotografía sugiere tanto como muestra. Y en ese sugerir, activa la imaginación del espectador, su propia memoria, sus propios vacíos.

Fotografías como relojes rotos

Toda fotografía es, en cierto modo, un reloj roto: señala una hora precisa, pero ya inaccesible. Detiene el tiempo, sí, pero no lo conserva intacto. Lo transforma. Lo vuelve imagen, emoción, evocación.

Mirar una fotografía es mirar el tiempo suspendido. Un tiempo que ya no fluye, pero que tampoco se ha ido del todo. Un tiempo que nos observa desde el papel o la pantalla, y nos recuerda que todo lo vivido persiste de algún modo en la imagen. No como archivo frío, sino como presencia viva, como memoria en suspenso.

La fotografía, en su aparente quietud, es un acto de resistencia contra el olvido. Y al mismo tiempo, una forma de aceptar que todo instante, por más bello o intenso que sea, está destinado a pasar. A dejar huella. A convertirse en imagen.

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Autor:

Autor de varios libros entre los que se encuentran títulos como "Mosaico de emociones ocultas", "Chefchauen. La ciudad azul de Marruecos" y "Descubriendo los molinos del Guadaíra", entre otros. Mi carrera en el mundo de la fotografía ha sido reconocida con varios premios destacados, incluyendo Menciones de Honor en los International Monochrome Awards y el codiciado Premio Bronce en los International Photography Awards Spain. Desde 2015, formo parte del prestigioso proyecto NThePhoto de Nikon, una distinción reservada para los cien mejores fotógrafos de España.