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Durante años, he frecuentado galerías, ferias, estudios y subastas, movido por una fascinación profunda por el arte. Y si algo he aprendido con el tiempo, es que uno de los mayores errores que puede cometer un coleccionista —especialmente en sus inicios— es dejarse llevar por lo que está “de moda”.
Vivimos en una época en la que el mercado del arte está más mediatizado que nunca. La influencia de las redes sociales, el poder de ciertos nombres y la especulación constante hacen que muchas decisiones de compra se tomen no tanto por afinidad con la obra, sino por la promesa de rentabilidad o por la presión del entorno. Pero yo defiendo otra forma de coleccionar: más intuitiva, más personal, más honesta. Una forma de comprar con el corazón.
¿Por qué compramos arte?
Es una pregunta tan básica como reveladora. ¿Compramos arte por placer, por pasión, por inversión, por estatus? Todas estas respuestas son válidas, pero la que marca la diferencia es la que nace de una conexión auténtica con la obra. Una pieza que nos emociona, que nos interpela, que despierta algo en nuestro interior, tiene más valor —al menos para mí— que una que simplemente es “tendencia” o figura en todas las listas de lo más vendido.
He visto a nuevos coleccionistas sentirse tentados por nombres que suenan en todas partes. A menudo, son obras bien ejecutadas, pero que no les dicen nada personalmente. El resultado es una colección sin alma, construida más como una cartera de inversión que como un discurso artístico. En cambio, quienes han sabido escuchar su intuición han terminado formando colecciones coherentes, llenas de sentido, incluso aunque sus piezas no aparezcan en revistas ni alcancen cifras astronómicas en subastas.
El riesgo de coleccionar por moda
El mercado del arte tiene sus ciclos, sus burbujas, sus momentos de euforia y sus inevitables caídas. Lo que hoy se considera imprescindible, mañana puede ser olvidado. Coleccionar por moda es como comprar acciones en un pico especulativo: puede funcionar, pero también puedes encontrarte con una colección que pierde valor no solo económico, sino emocional.
Además, hay un peligro añadido: al seguir modas, se pierde de vista la identidad como coleccionistas. Se vuelve reflejo de otros gustos, de otros discursos. En cambio, cuando una obra nos conmueve genuinamente, se integra en nuestra vida de una manera más profunda. No importa si su autor es emergente, si no tiene representación en una gran galería o si nunca ha expuesto en Art Basel. Si la obra nos mueve, ya cumple su función.
Cómo identificar lo que realmente nos gusta
Aquí no hay fórmulas mágicas, pero sí algunos principios que, en mi experiencia, ayudan:
- Mirar mucho, comprar poco al principio. Visita exposiciones, recorre galerías, sigue artistas en redes, habla con comisarios. Cuanto más arte veas, más claro tendrás qué te atrae de verdad.
- Hazte preguntas. ¿Qué sensaciones me provoca esta obra? ¿Podría convivir con ella en mi casa? ¿La seguiría admirando dentro de 10 años?
- No tengas miedo al error. Todos compramos piezas que luego reconsideramos. Es parte del aprendizaje. Pero si la decisión fue honesta, siempre tendrá valor.
- Escucha, pero no te dejes arrastrar. Escuchar la opinión de expertos es útil, pero recuerda que tú eres quien convive con la obra, quien la mira cada día.
Ejemplos reales que inspiran
El caso de un coleccionista madrileño que comenzó comprando obras de jóvenes pintores locales que exponían en espacios alternativos. Mientras sus amigos pujaban por artistas consolidados, él apostaba por obras que le conmovían, sin preocuparse por su “valor de mercado”. Años después, varias de esas firmas han crecido, y su colección ha ganado relevancia. Pero lo más importante es que cada obra cuenta una historia personal, no una moda pasajera.
También es posible lo contrario: colecciones valoradas en cientos de miles de euros, llenas de obras que podrían estar en cualquier salón de hotel de lujo. Perfectas desde el punto de vista comercial, pero vacías de emoción.
El arte como compañía
Quiero terminar con una reflexión íntima. Para mí, una buena obra de arte es aquella que te acompaña, que cambia contigo, que te descubre algo nuevo cada vez que la miras. Esa experiencia difícilmente puede surgir de una compra basada en tendencias o rankings.
Coleccionar con el corazón no es una actitud ingenua, ni mucho menos. Es una forma de compromiso. Significa construir un relato propio a través del arte, tomar decisiones conscientes y, por qué no, correr ciertos riesgos. Porque el verdadero valor de una colección no reside solo en lo que vale, sino en lo que dice de quien la ha formado.